lunes, octubre 28, 2013
Si, México
Si, volví.
No podía decirlo, así, con todas sus letras. Tenía miedo de que se borrara todo de pronto, sólo por creérmelo, así que traté de actuar como si no fuera cierto, como si no me alegrara, no derramé lagrimitas.
Pero era cierto, estoy de vuelta en casa, y quiero decirlo, estoy en casa.
Nada se le compara, y sé que esto lastima a los que no lo entienden, no es personal, simplemente soy de acá.
Crecí en mi ciudad, cada día más sucia y grafiteada, más violenta e inequitativa pero hermosa.
Y en una tierra y otra, otros me han robado las palabras, orillándome a la autocensura, pero no lo concedo más.
Yo soy yo.
Traigo mis tiquismos dentro, no soy mexicana en el sentido de que lo veo todo desde fuera, aprecio los matices gracias a mi extranjerismo, y aún así, Bienvenida Paisana, porque aunque el agente migratorio me haga hasta cantar el himno para convencerse de que mi IFE es legal, es así.
Creo en los antigüos mexicanos que decían que aún si no tienes un larga línea de ascendientes de esta tierra quedas vinculada a ella de por vida por haber nacido aquí, y es así.
No se presenta libre de dificultades, reconozco sin problemas que la vida promete más en Costa Rica, más equidad, acceso real a la justicia, salud pública envidiable aún, aire puro y bellezas naturales, comida fresca y probablemente menos transgénica; nunca pertenecí, aunque se creyera que no, lo intenté, pero no pude descifrar los códigos sociales, insertarme en ellos, relajarme y sonreír.
Sólo lloraba por dentro más fuerte cada día y más muerta en vida. Con la cara laxa, inexpresiva, la cordialidad falsa, los objetivos inexistentes, sin fuerzas para luchar por nada, mientras mi trasero crecía sobre el asiento del automóvil.
Y no me he pegado la llorada, pero respiro mejor, hasta la vista mejoró, perdí como 10 kilos, y he recibido cariño y contención incondicional, aún cuando sea cuestionada y criticada.
Estoy en casa.
Estoy en casa.
Descubriendo nuevos caminos de mi ciudad, ahora al norte del límite imaginario que trazaban la glorieta de Insurgentes y el Zócalo. Pero se me sigue aguando el corazón cuando tomo el pesero de Torre de Pemex en dirección Villa Coapa y paso por Av. Universidad y por Coyo y termino bajándome en la esquina de lo que siempre será mi barrio, el Barrio del niño Jesús, Fernández Leal y Miguel Ángel de Quevedo.
Y el queso Oaxaca y las nieves; y los elotes con mayonesa y los tacos de barbacoa; y los mercados y las flores de cempasúchitl; todo se queda corto cada vez que estiro el brazo y alcanzo a tocar la mano amiga, y hablamos por horas y nos reafirmamos, y me dan esperanza y fuerza guerrera, gracias.
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