De entre la amigas que tengo, hay una que menciona a menudo este tema, cuando uno llora en el espacio público pareciera que se está agrediendo a los demás, la gente no sabe como reaccionar, algunos te ofrecen ayuda, pero en general no hay nada que hacer en ese momento.
A veces las lágrimas me rebasan, incluso en público. Me he estado sintiendo frustrada últimamente por muchas limitaciones que tengo que están relacionadas con la opresión machista o patriarcal.
Pareciera que volverese feminista te hace infeliz, porque ver lo que nos rodea con esa perspectiva hace que nada sea aceptable, ni las conductas ni la políticas públicas, ni las oportuinidades, ni el arte, ni las series que antes nos entrenían.
Pero eso esta bien, es necesario estar inconformes, porque no sólo nos están matando, como mucho se dice, sino que nos estan haciendo daño de mil maneras diaramente. Y es que, y en esto coincidiría mi amiga, apenas se empieza a hablar de lo grave que son los juicios, las actitudes, las insinuaciones; de cómo asustan, desaniman, entristecen, destruyen nuestro amor propio.
Aunque nosotras crecimos en un mundo y en un ámbito que ya presumía de ofrecer igualdad de oportunidades a hombres y mujeres, aún no se consideraba grave que un maestro te exigiera más allá de lo que puedes, o que los parientes se burlaran de nuestras dificultades en el proceso de aprendizaje, o que un señor te viera lascivamente en el metro. Hasta hace poco, si te afectaban estas cosas era porque eres "sensible" o "exagerada".
Aún las primeras veces que hablé del acoso callero constante que he vivido concientemente desde que tenía once años en ámbitos que yo percibía como seguros, la respuesta incluyó que me dijeran que era problema mío de percepción, que debía limpiar mi aura porque yo inconcientemente estaba atrayendo eso o que de plano yo creía que estaba muy buena.
Falta mucho camino por andar pero hay que seguir hablando de esto, mucho, mucho, para que las niñas de hoy y mañana no tengan miedo de decir lo que les hace daño.