miércoles, mayo 23, 2007
La cesárea
Ayer fui a ver mi primera cesárea, y, de hecho, mi primer prodecimiento quirúrgico en la vida. Estaba nerviosa, y después de las sesión vomitona del domingo (estuve enfermísima), pensé que me iba a descomponer o a desmayar. Afortunadamente un muy amable doctor (Dr. Pineda), me guió durante todo el proceso, me dió información y apoyo, eso me calmó mucho. Creo que fue mi prueba de oro, porque cuando emepzaron a ahcer los cortes a la señora, en vez de volverme me puse de puntitas para ver mejor. Me pareció interesante y fascinante (y eso que siempre me ha parecido de pésimo gusto andar viendo esas cosas en televisión y prefería no hacerlo). Creo el punto clave ocurrió cuando me encaminaba a toda prisa hacia el hospital (después de encargar al bebé con Erandi -eres lo máximo mana-), iba pensando desde la mañana, chin voy a ver sangre, voy a ver cómo cortan a una señora, no debo tocar nada, no me vayan a regañar, tengo que tratar a los médicos como dioses porque si no no van a dejar ver más nacimientos, y de pronto me cayó el veinte, de que iba a ver nacer a un bebé, a un chiquito precioso, de que este era un día más de rutina para todos en ese hospital pero no para esa señora y menos para ese chiquito, y de pronto eso me llenó el pecho con una gran dicha. Supongo que es ese cliché repetido de el milagro de la vida, esa frase ya suena re cursi, pero lo cierto es que es algo maravilloso, es la mejor parte de la medicina creo yo, y ni siquiera estar enfocada a curar, porque la mayoría de los nacimientos ocurren de la mejor manera, a lo que me refiero es que la embarazada no está enferma, simplemente está recibiendo el apoyo de los médicos por si algo sale mal. Bueno, al menos así debería ser. Después de la experiencia, además de estar muy inyectada de vida y emocinada, también me doy cuenta de lo mucha que falta por hacer, del gran trabajo que hay por delante. A pesar de ser un hospital privado donde se paga bastante para tener una atención muy buena, me parecieron innesariamente gachos los procedimientos. La señora estaba amarrada, no le mostararon a su bebé cuando salió, nadie le decía nada, el bebé fue muy invadido (le hicieron cosas gachas que son procedimientos de rutina en los hospitales), cuando era innecesario porque estaba sano, ha de haber tenido un Apgar alto (es una escala que se usa para determinar el grado de salud de un recién nacido), pero la pediatra decidió pedir una incubadora, en fin. Aún así se que no fue de lo peorcito, pero estoy muy contenta de que en nuestro caso haya sido todo tan diferente.
sábado, mayo 12, 2007
Nueva sección: Historias de amor, hoy presentamos...
La del güero, parte II
Bajar la cuesta empedrada, llegar al atrio de la iglesia, trepar la cerca y silbar bien fuerte. Enfrente está la casa ancha de los cuatro pisos, en la azotea vives tú. Sé muy bien que cuelgas tu toalla blanca en un clavito que hay en una viga, afuera de tu puerta. Y me gusta que hay cactus por todas partes.
Te voy a buscar, de día por medio. Tu tienes la opción de no salir, yo me resisto a ir diario, pero lo cierto es que a los dos se nos acelera el corazón cada vez que echas las llaves en una cubetita atada a un mecate y la haces bajar para que yo me pelee con tu puerta.
De ti recibí la carta de amor más extraña del mundo, como esto no es ficción y me guardo un poquito para mí, sólo diré dos palabras al respecto: Niños Héroes. Lo que si diré es que no tuve más restricciones ni cuidados, y así me fue.
Se nos iban los días y las noches; ansiaba bajarme del pesero en la noche y caminar por mi calle, porque desde una cuadra antes podía saber si estabas despierto y si la noche tras mis chiflidos podía ser.
Y llegó la navidad, y te llevó lejos con el estuche duro de guitarra en una mano y una bolsa de calcetines sucios a la espalda.
Y yo esperé una semana y dos y se me cocieron las habas y se me volvieron a secar. Y en nuestra calle empezaron a armar los juegos de la feria, y por fin sin esperanzas, bajé yo la cuesta el último día del año, para ir al centro a consolarme con un café, domingo y sin bañar, y ahí estabas, a medio camino de nuestra calle te encontré, y ya venías con los calcetines y la guitarra, y se nos escapó una sonrisa, y mis pechos te saludaron, o eso dices tú.
Y volvió a ser nuestro domingo interminable y comimos y reímos y vimos el castillo con sus luces desde tu terraza y escuchamos la banda que guió nuestros movimientos esa noche, y nos desnudamos y desnudos nos quedamos, en esa cama tuya que era consuelo del invierno, y acurrucados nos volvió a encontrar el lunes, que te volvió a robar de madrugada y me mandó a mi casa, a envolverme en otras cobijas que no eran lo mismo.
Bajar la cuesta empedrada, llegar al atrio de la iglesia, trepar la cerca y silbar bien fuerte. Enfrente está la casa ancha de los cuatro pisos, en la azotea vives tú. Sé muy bien que cuelgas tu toalla blanca en un clavito que hay en una viga, afuera de tu puerta. Y me gusta que hay cactus por todas partes.
Te voy a buscar, de día por medio. Tu tienes la opción de no salir, yo me resisto a ir diario, pero lo cierto es que a los dos se nos acelera el corazón cada vez que echas las llaves en una cubetita atada a un mecate y la haces bajar para que yo me pelee con tu puerta.
De ti recibí la carta de amor más extraña del mundo, como esto no es ficción y me guardo un poquito para mí, sólo diré dos palabras al respecto: Niños Héroes. Lo que si diré es que no tuve más restricciones ni cuidados, y así me fue.
Se nos iban los días y las noches; ansiaba bajarme del pesero en la noche y caminar por mi calle, porque desde una cuadra antes podía saber si estabas despierto y si la noche tras mis chiflidos podía ser.
Y llegó la navidad, y te llevó lejos con el estuche duro de guitarra en una mano y una bolsa de calcetines sucios a la espalda.
Y yo esperé una semana y dos y se me cocieron las habas y se me volvieron a secar. Y en nuestra calle empezaron a armar los juegos de la feria, y por fin sin esperanzas, bajé yo la cuesta el último día del año, para ir al centro a consolarme con un café, domingo y sin bañar, y ahí estabas, a medio camino de nuestra calle te encontré, y ya venías con los calcetines y la guitarra, y se nos escapó una sonrisa, y mis pechos te saludaron, o eso dices tú.
Y volvió a ser nuestro domingo interminable y comimos y reímos y vimos el castillo con sus luces desde tu terraza y escuchamos la banda que guió nuestros movimientos esa noche, y nos desnudamos y desnudos nos quedamos, en esa cama tuya que era consuelo del invierno, y acurrucados nos volvió a encontrar el lunes, que te volvió a robar de madrugada y me mandó a mi casa, a envolverme en otras cobijas que no eran lo mismo.
Nueva sección: Mis historias de amor, hoy presentamos...
La del güero, parte I.
Nos conocimos un doce de diciembre; lo sé, porque nunca se me va a olvidar que era día de la Virgen y que los dos andábamos taciturnos viendo a qué sabía la tarde, ya muy tarde y sin encontrar nuestra respuesta. Yo te había visto antes, por que tenías ese largo y lacio pelo rubio. Decidí que no estarías a mi alcance (¿cuándo se ha fijado en mí un güero, en este país en donde eso suele ser sinónimo de adinerado?) y me puse a inventar tonterías con tu imagen, como que eras ruso y que poco a poco ibas a ir trayendo a los miembros de tu familia a México; o, dicho de otra forma, no me habías pasado inadvertido. Creo que los dos nos dimos por vencidos esa noche, era domingo, había pan de pueblo, no había nadie con quien compartirlo, pero mejor irse a casa que seguir buscando. Nos alejamos ya de la plaza por nuestra calle, Fernández Leal, y ahí me abordaste; “tu vives por mi casa”; “y tu vives por la mía”, contesté. Entonces no había más que decir, yo estaba lista, siempre sé las cosas así de rápido, o me aviento al vacío así de rápido y luego por eso me doy contra el concreto, como me pasó contigo, pero eso fue después y no vamos a echar a perder el cuento desde ahorita. Así que te dejé que me cortejaras, o que según tú me convencieras; te inventaste una historia en la que necesitabas agua, porque en tu casa no tenías, entonces fuimos a tu casa por unos botellones para acarrear el agua de mi casa a la tuya. Mientras estábamos allí yo abrí el grifo y salió un gran chorro, “¿no que no tenías agua?”, te dije, y tu respondiste que no necesitabas de esa agua, sino de beber, purificada, para tomarte unas medicinas, yo te dije que no tenía, entonces tu dijiste que podíamos ir a mi casa y hervirla, y que así te invitaba chocolate caliente para comernos nuestros panes, los dos estábamos jugando a hacernos pendejos, porque ya sabíamos que transa, pero era divertido, era el inicio de algo que siempre iba a ser divertido-chingativo. Después fuimos a mi vecindad, mi casa era un caos, acababa de mudarme y acababa de salir viva se un par de enfermedades terminales del corazón, dos males que me habían dejado marcada: uno moreno y otro mitómano. Nuestro impulso inicial se extinguió, y sólo quedaron un par de tímidos que no sabían cómo acomodarse uno junto al otro en el sillón. Así que platicamos y platicamos y dejamos salir partecitas de nuestros yos apachurrados y nos encontramos en el otro y poco a poco te me acercaste, fuimos fundiendo nuestros costados como quien no quiere la cosa, hasta que tus labios tenían mi cuello a su alcance e hicieron debido uso de esa cercanía. Después vinieron esos besos que me hacen girar el corazón (aún hoy), y que no supe atesorar suficiente como los raros presentes que sólo una vez me harías. Y después, un arranque de pasión desmedida, y recuerdo que la casa estaba a oscuras, y que a mi entró un aire de conciencia y le puse un alto a todo aquello. Así que te fuiste, pero yo no pude evitar acompañarte a la puerta, y luego al portón y luego a la esquina y luego a tu puerta y de ahí a tu cama, que tanto me gustaba, donde nos entreteníamos horas y horas nocturnas desnudos riéndonos de todo y de todos. Ya en tu cuarto, me pusiste a Coltrane “esta es para las que no se dejan bajar los calzones”, y eso siempre me dio risa por dentro, por que yo sabía desde el principio que no te iba a costar tanto como temías en ese momento. Y todo fue tan familiar y tan calmo, y nos encontramos simplemente, como la piel dorándose al sol, y hacía frío y nos dormimos y se nos acabaron las horas y llegó el lunes, y cepillé tu cabello y capturé tu olor de leche dulce en mis pupilas, y te fuiste a la escuela y yo a mi casa, en una mañana de invierno, cantando por dentro una melodía antigüa, sin saber que iba ser o sería, sino hasta después.
Nos conocimos un doce de diciembre; lo sé, porque nunca se me va a olvidar que era día de la Virgen y que los dos andábamos taciturnos viendo a qué sabía la tarde, ya muy tarde y sin encontrar nuestra respuesta. Yo te había visto antes, por que tenías ese largo y lacio pelo rubio. Decidí que no estarías a mi alcance (¿cuándo se ha fijado en mí un güero, en este país en donde eso suele ser sinónimo de adinerado?) y me puse a inventar tonterías con tu imagen, como que eras ruso y que poco a poco ibas a ir trayendo a los miembros de tu familia a México; o, dicho de otra forma, no me habías pasado inadvertido. Creo que los dos nos dimos por vencidos esa noche, era domingo, había pan de pueblo, no había nadie con quien compartirlo, pero mejor irse a casa que seguir buscando. Nos alejamos ya de la plaza por nuestra calle, Fernández Leal, y ahí me abordaste; “tu vives por mi casa”; “y tu vives por la mía”, contesté. Entonces no había más que decir, yo estaba lista, siempre sé las cosas así de rápido, o me aviento al vacío así de rápido y luego por eso me doy contra el concreto, como me pasó contigo, pero eso fue después y no vamos a echar a perder el cuento desde ahorita. Así que te dejé que me cortejaras, o que según tú me convencieras; te inventaste una historia en la que necesitabas agua, porque en tu casa no tenías, entonces fuimos a tu casa por unos botellones para acarrear el agua de mi casa a la tuya. Mientras estábamos allí yo abrí el grifo y salió un gran chorro, “¿no que no tenías agua?”, te dije, y tu respondiste que no necesitabas de esa agua, sino de beber, purificada, para tomarte unas medicinas, yo te dije que no tenía, entonces tu dijiste que podíamos ir a mi casa y hervirla, y que así te invitaba chocolate caliente para comernos nuestros panes, los dos estábamos jugando a hacernos pendejos, porque ya sabíamos que transa, pero era divertido, era el inicio de algo que siempre iba a ser divertido-chingativo. Después fuimos a mi vecindad, mi casa era un caos, acababa de mudarme y acababa de salir viva se un par de enfermedades terminales del corazón, dos males que me habían dejado marcada: uno moreno y otro mitómano. Nuestro impulso inicial se extinguió, y sólo quedaron un par de tímidos que no sabían cómo acomodarse uno junto al otro en el sillón. Así que platicamos y platicamos y dejamos salir partecitas de nuestros yos apachurrados y nos encontramos en el otro y poco a poco te me acercaste, fuimos fundiendo nuestros costados como quien no quiere la cosa, hasta que tus labios tenían mi cuello a su alcance e hicieron debido uso de esa cercanía. Después vinieron esos besos que me hacen girar el corazón (aún hoy), y que no supe atesorar suficiente como los raros presentes que sólo una vez me harías. Y después, un arranque de pasión desmedida, y recuerdo que la casa estaba a oscuras, y que a mi entró un aire de conciencia y le puse un alto a todo aquello. Así que te fuiste, pero yo no pude evitar acompañarte a la puerta, y luego al portón y luego a la esquina y luego a tu puerta y de ahí a tu cama, que tanto me gustaba, donde nos entreteníamos horas y horas nocturnas desnudos riéndonos de todo y de todos. Ya en tu cuarto, me pusiste a Coltrane “esta es para las que no se dejan bajar los calzones”, y eso siempre me dio risa por dentro, por que yo sabía desde el principio que no te iba a costar tanto como temías en ese momento. Y todo fue tan familiar y tan calmo, y nos encontramos simplemente, como la piel dorándose al sol, y hacía frío y nos dormimos y se nos acabaron las horas y llegó el lunes, y cepillé tu cabello y capturé tu olor de leche dulce en mis pupilas, y te fuiste a la escuela y yo a mi casa, en una mañana de invierno, cantando por dentro una melodía antigüa, sin saber que iba ser o sería, sino hasta después.
martes, mayo 08, 2007
Reflexiones sobre la equidad de género (y deshaogo).
Mmmmm
Pues hace mucho que no escribo lo que pienso, a veces quiero regocijarme de la vida y a veces quejarme. Lo cierto es que estoy feliz y muy presionada a la vez. Mi hijo da grandes avances, es maravilloso ver como se desarrolla, me ancanta hacerlo reir haciendo ruidos tontos o con cosquillas. Un amigo dijo que yo iba a ser muy buena mamá, cuando lo dijo no entendí porque lo hacía, porque estaba tan seguro, ahora me parece que lo entiendo y además creo que tenía razón, aunque aún me preocupo por no ser una buena mamá (como todas, supongo), pero me gusta mucho, es maravilloso, y creo que nos entendemos muy bien, mi hijo y yo.
Aún así es difícil ser madre soltera, pero principalmente por los prejuicios sociales. Tener un hijo no es el fin de tu vida profesional, para nada, pero toda la sociedad se esfuerza mucho para hacerte sentir así (desafortunadamente gente cercana a mí también piensa de esta manera y eso es muy doloroso), por eso entiendo que muchas mujeres se sientan de ese modo. Creo que es importante entender que cualquier poítica pública que pretenda ser igualitaria está siendo inequitativa por principio porque no está tomando en cuenta las diferencias. Y ahí hay muchas cosas a considerar -como discapacidades, por ejemplo-, pero la diferencia de géneros debería ser de las primeras, porque la mitad de la población es de un género que tiene caracterísiticas específicas, por ejemplo un periódo ideal para gestar un hijo de los 20 a los 30 años, fuera de estos parámetros encontramos un aumento en los problemas de salud para la madre como para el hijo (por cierto que no se crean que los hombres escapan de este rango de edad, también concebir fuera de estos parámetros genera problemas, como el de Turner), pero las oportunidades de desarrollo profesional, de educación, posgrados, becas, se ubican también en este periódo principalmente, lo cual está forzando a las mujeresa elegir entre tres opciones; la de ser madres o ser prefecionestas, o ser ambas, ésta última tiene un gran impacto en su estado emocional y a largo plazo, me parece está creando niños que pueden presentar problemas de adaptación a la sociedad, que tienen carencias emocionales porque no se les permitió desarrollar apego con sus madres, porque 45 días no es suficiente para ello. Las que decidimos quedarnos con nuestros hijos tenemos que cargar otro tipo de cosas, empezando por los problemas económicos que implica no ser activa a tiempo completo (carencias materiales, sentimientos de culpa aumentados por aquellos que aportan para la manutención), y continúa con muchos problemas emocionales que pueden afectar al niño porque quedarse en casa y hacer las labores está subvaluado como una actividad denigrante, sino piensen cómo se considera el trabajo de limpiar o qué tan bien pagado está.
En fin, a veces siento que me come todo esto, además de que el nuevo ambiente (la nueva casa y el nuevo barrio), me deprimen.
Con todo sigo afirmando que estoy muy feliz y que estoy disfrutando mucho de estos días que no regresarán nunca y de ver a mi pequeño que cada día lo es menos. Se me llena el corazón de alegría y de otras cosas hermosas que no puedo explicar.
Y sí, sería más fácil que Diego estuviera aportando dinero a esta ecuación, pero no sólo eso aportaría sino también sus opiniones, y no se que tan chido estaría eso, porque etaría yo amando a un hombre que en realidad no me amaría (porque si no no me hubiera dejado) y eso sí que va en contra del amor propio y de mi salud emocional. Al menos no está y yo decido todo lo que hacemos el chilpayatito y yo y estoy muy orgullosa de todo lo que estoy haciendo, me gustaría recibir más apoyo de mi familia, porque siento que nomás son buena onda a ratos y luego se olvidan y además siento como me están juzgando gacho, y eso me duele, porque acá, en los Méxicos, recibo admiración y respeto, porque cuando digo que soy madre soltera, se siente, además de los juicios gachos (que suponen que no fui suficiente mujer para retener a mi hombre y que soy menos por tener intimidad antes del matrimonio), también se siente esa admiración y respeto de saber que una madre soltera le tiene que luchar mucho y que yo estoy sacando a mi hijo adelante y estoy estudiando, para ser más y para darle más (no sólo en lo económico sin como ser completo), y a veces siento que mis parientes sólo ven la primera parte y no la segunda, pero en fin, por su propia desición y también por la mía no han participado mucho de mi vida, así que no debería sorprenderme y supongo que tampoco quejarme porque también me ayudan.
Ya me voy, porfavor, parientes míos, no se sientan heridos, si les queda el saco pues reflexiónenlo y si no, pues entonces no era con ustedes la cosa, y a los demás, los que lograron la proeza de leer este post hasta el final, disculpen mi desordenado tren de pensamiento expuesto así, como salió.
Pues hace mucho que no escribo lo que pienso, a veces quiero regocijarme de la vida y a veces quejarme. Lo cierto es que estoy feliz y muy presionada a la vez. Mi hijo da grandes avances, es maravilloso ver como se desarrolla, me ancanta hacerlo reir haciendo ruidos tontos o con cosquillas. Un amigo dijo que yo iba a ser muy buena mamá, cuando lo dijo no entendí porque lo hacía, porque estaba tan seguro, ahora me parece que lo entiendo y además creo que tenía razón, aunque aún me preocupo por no ser una buena mamá (como todas, supongo), pero me gusta mucho, es maravilloso, y creo que nos entendemos muy bien, mi hijo y yo.
Aún así es difícil ser madre soltera, pero principalmente por los prejuicios sociales. Tener un hijo no es el fin de tu vida profesional, para nada, pero toda la sociedad se esfuerza mucho para hacerte sentir así (desafortunadamente gente cercana a mí también piensa de esta manera y eso es muy doloroso), por eso entiendo que muchas mujeres se sientan de ese modo. Creo que es importante entender que cualquier poítica pública que pretenda ser igualitaria está siendo inequitativa por principio porque no está tomando en cuenta las diferencias. Y ahí hay muchas cosas a considerar -como discapacidades, por ejemplo-, pero la diferencia de géneros debería ser de las primeras, porque la mitad de la población es de un género que tiene caracterísiticas específicas, por ejemplo un periódo ideal para gestar un hijo de los 20 a los 30 años, fuera de estos parámetros encontramos un aumento en los problemas de salud para la madre como para el hijo (por cierto que no se crean que los hombres escapan de este rango de edad, también concebir fuera de estos parámetros genera problemas, como el de Turner), pero las oportunidades de desarrollo profesional, de educación, posgrados, becas, se ubican también en este periódo principalmente, lo cual está forzando a las mujeresa elegir entre tres opciones; la de ser madres o ser prefecionestas, o ser ambas, ésta última tiene un gran impacto en su estado emocional y a largo plazo, me parece está creando niños que pueden presentar problemas de adaptación a la sociedad, que tienen carencias emocionales porque no se les permitió desarrollar apego con sus madres, porque 45 días no es suficiente para ello. Las que decidimos quedarnos con nuestros hijos tenemos que cargar otro tipo de cosas, empezando por los problemas económicos que implica no ser activa a tiempo completo (carencias materiales, sentimientos de culpa aumentados por aquellos que aportan para la manutención), y continúa con muchos problemas emocionales que pueden afectar al niño porque quedarse en casa y hacer las labores está subvaluado como una actividad denigrante, sino piensen cómo se considera el trabajo de limpiar o qué tan bien pagado está.
En fin, a veces siento que me come todo esto, además de que el nuevo ambiente (la nueva casa y el nuevo barrio), me deprimen.
Con todo sigo afirmando que estoy muy feliz y que estoy disfrutando mucho de estos días que no regresarán nunca y de ver a mi pequeño que cada día lo es menos. Se me llena el corazón de alegría y de otras cosas hermosas que no puedo explicar.
Y sí, sería más fácil que Diego estuviera aportando dinero a esta ecuación, pero no sólo eso aportaría sino también sus opiniones, y no se que tan chido estaría eso, porque etaría yo amando a un hombre que en realidad no me amaría (porque si no no me hubiera dejado) y eso sí que va en contra del amor propio y de mi salud emocional. Al menos no está y yo decido todo lo que hacemos el chilpayatito y yo y estoy muy orgullosa de todo lo que estoy haciendo, me gustaría recibir más apoyo de mi familia, porque siento que nomás son buena onda a ratos y luego se olvidan y además siento como me están juzgando gacho, y eso me duele, porque acá, en los Méxicos, recibo admiración y respeto, porque cuando digo que soy madre soltera, se siente, además de los juicios gachos (que suponen que no fui suficiente mujer para retener a mi hombre y que soy menos por tener intimidad antes del matrimonio), también se siente esa admiración y respeto de saber que una madre soltera le tiene que luchar mucho y que yo estoy sacando a mi hijo adelante y estoy estudiando, para ser más y para darle más (no sólo en lo económico sin como ser completo), y a veces siento que mis parientes sólo ven la primera parte y no la segunda, pero en fin, por su propia desición y también por la mía no han participado mucho de mi vida, así que no debería sorprenderme y supongo que tampoco quejarme porque también me ayudan.
Ya me voy, porfavor, parientes míos, no se sientan heridos, si les queda el saco pues reflexiónenlo y si no, pues entonces no era con ustedes la cosa, y a los demás, los que lograron la proeza de leer este post hasta el final, disculpen mi desordenado tren de pensamiento expuesto así, como salió.
Palabras clave:
género,
madre soltera
viernes, mayo 04, 2007
miércoles, mayo 02, 2007
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