Últimamente nuestra vida está mutando de nuevo, cambiando, evolucionando, como siempre, no se queda quieta, cosa que adoro y que me enloceque a la vez.
Las cosas están mucho mejor en nuestra familia desde los días en que yo era algo así como un monstruo, regañanado y asustando todo el día a la luz de mi corazón; cuando estaba profundamente deprimida en Costa Rica, o al borde del colapso nervioso por tratar de cumplir con los horarios y altas cuotas de la escuela privada tan bonita en que mi hijo pasó una breve periodo.
La escuela en casa fluye, a veces no hacemos las mil cosas que podría imaginarse que son necesarias, a veces yo estoy abrumada con trabajo aún, o angustiada por el dinero, cansada y un poco neurótica, pero nada que ver con antes, y así los intereses y el aprendizaje siguen avanzando.
Me resulta un poco absurdo insistir en el programa de segundo, cuando todos los contenidos están ya cubiertos, perseguimos los avanzados intereses de mi pequeño a la par de mantener lo más posible rutinas de estudio para los ahora dos instrumentos que estudia, violín y guitarra.
La semana pasada llegué tarde a varias partes, no fallamos en lo académico, pero puse de malas a mis seres queridos, me duele, lo lamento, no es justificación, tendría que haberles avisado antes, no dejarlos esperando así, si tan sólo supieran lo que estar en mis zapatos, lo digo sin dramas, de pronto es difícil, y me siento tan avergonzada de llegar tarde que sigo apurándome como loca en lugar de hacer lo correcto, porque la culpa me nubla la vista para ver lo obvio, que simplemente es mejor aceptar que no pude, y avisar que no llego, en lugar de seguir corriendo.
Al final, trato de recordar que, en última instancia con el único que de verdad debo quedar bien siempre es con él, con mi pequeño. Y me siento bien cuando, aún cuando nos domirmos tarde antes de un día en que tendríamos que madrugar, lo hicimos porque nos quedamos platicando de nuestros sentimientos, del proceso de duelo que estamos viviendo como familia, de las cosas que lamentamos, nos volvemos a pedir perdón, aún con más sentimiento por haber herido al otro, y reafirmamos nuestro amor y comunicación.
No es perfecto, es caótico. Pero puedo ver casi con sorpresa cómo crece, cómo es tan maduro y listo, cómo aprende casi inevitablemente, casi autodidactamente.
¿Porqué nos resulta tan difícil reconocer en nuestros hijos los logros que tienen que ver con la crianza?
Al menos a mí me pasa, cuando veo algún comportamiento que no considero adecuado me veo claramente en él, me siento mal; pero cuando lo veo mostrando sabiduría emocional o siendo brillante, o amable, o considerado, me pregunto de dónde habrá venido eso, pienso que seguro eso ya lo traía integrado en el chip, porque no soy capaz de reconocer muchas veces que también allí estoy yo.
Mi niño está creciendo, mucho, está dando saltos, ¿porqué crecen tan a sopetones?, es difícil y hermoso.