Escribí este relato como parte de una tarea para la nueva licenciatura que estoy cursando, la idea era vincularla con esta fotografía.
Luis lo sabía, éste sería su día.
-¿Ya te lavaste las orejas Luis? - gritó su mamá desde el piso de abajo.
-Si, mamá.- Dijo Luis mientras colocaba con mucho cuidado a Estela la tarántula en el centro de su pañuelo y la envolvía suavemente. Metió el pañuelo en el bolsillo de su overol y bajó corriendo las escaleras.
En la cocina ya estaban sentados a la mesa sus hermanos menores, Paco y Luisita, comiendo frijolitos con tortillas.
-Siéntate y come que se te hace tarde Luis, ¿le preguntaste a tu maestra cuando van a hacer la posada?, necesito saber si te tocan los de dulce o de rajas.
-Si, mamá.- Sonrió Luis mientras limpiaba el plato con su tortilla. -Ya me voy mamá.
-La bendición. Te regresas derechito de la escuela, nada de andarte distrayendo.- Doña Lupe se volvió a levantar los platos del desayuno.
Por el camino iba Luis pensando en Marcelita, era la niña más bonita del mundo. Tenía la misma estatura que él, ojos brillantes, cabello rizado siempre recogido detrás de las orejas con peinetas, y la voz más dulce jamás. Además traía siempre un delantal celeste con grandes bolsillos sobre su vestido. Todo tipo de cosas interesantes traía en sus bolsillos; plumas, hojas, piedras de colores y hasta el cráneo de una rata trajo un día; estaba completamente limpio, y se podían ver con detalle todos los dientes. Marcelita era genial, y nunca había podido atrapar una tarántula, quedaría impresionada, sí, hoy era un gran día.
Nada más llegar al salón se acercó Luis a Marcelita y le dijo que le tenía una sorpresa. Se escondieron debajo del escritorio de la maestra y abrieron el pañuelo. Los ojos de ella brillaron aún más, tomó a Estela la tarántula y la empezó a observar y a acariciar suavemente sus patas peludas. Justo en ese momento Lalo empezó a pegar de gritos y llorar. Su hermano gemelo, Leo, lo había pellizcado una vez más, los gemelos siempre estaban peleando, Leo era fuerte y alto, Lalo flaco y pálido porque Leo siempre le robaba la comida.
La maestra, Esperancita entró al salón. - ¡A sus asientos!, Leo y Lalo, se quedarán a limpiar el salón, otra vez, ¡ya deja de llorar Lalo!.
Los gemelos, se vieron entre sí, ¡y claro!, un zape le tocó al más flaco.
Sin que la maestra se diera cuenta Luis y Marcelita salieron del escritorio y corrieron a sus pupitres, en el apuro olvidaron a Estela.
-Vamos a comenzar con las tablas de multiplicar, uno por uno... uno por dos... uno por tres...
De pronto Lalo comenzó a llorar de nuevo.
-¿Ahora qué pasa Lalo?
-La ñaraña, maestra.
-¿La qué?
-La ñaraña maestra, en su tobillo.
-¿Qué?, ¡Ah!, ¡qué asco!- Dijo la maestra Esperancita mientras sacudía su pie haciendo caer a Estela y luego la aplastaba con su zapato. -Marcelita, trae la escoba y el recogedor.
-Sí, maestra.
-¿Qué es eso de allí?
-Nada maestra.
-¡Levántalo, Marcelita!, anda, dámelo ya.
-¡Luis Olvera!, ¡Ven aquí!
Luis se levantó lentamente y avanzó hasta el frente del salón.
-¿Es este tu pañuelo?
-Si, maestra Esperancita. -Contestó Luis con un hilo de voz.
-¿Tu trajiste esa alimaña?
-No le diga a mi mamá, por favor.
-La vas a ir a llamar ahorita mismo.
-Por favor, no...
-No me discutas, ándale, ve por ella.
Luis salió de la escuela arrastrando los pies. No se pudo sentar por tres días, después de ese inolvidable lunes, por las nalgadas que su mamá le propinó, pero nunca olvidó los ojos de Marcelita brillando mientras miraba a Estela.
¿Dónde estará Marcelita ahora?