El 16 de febrero me armé de valor y acudí a una tienda a comprarme un violín, un par de semanas después empecé a recibir clases.
Todo este proceso ha sido muy hermoso, disfrutado pero a la vez está llenos de sentimientos encontrados, vergüenza, temor.
Estudié música desde niña, pero no prosperé en esa área, y desde siempre he estado avergonzada, por ello, siento que desperdicié los recursos de mis padres y que no tenía ningún talento.
Mucha de la educación musical que recibí no era estimulante y a veces hasta me sentí humillada, asístía a los conciertos sinfónicos con gusto y frustración, pensando desde la edad de 15 años que mi vida estaba arruinada y desperdiciada, por no haber continuado mis estudios de música y ballet.
Ahora tengo 32, luego de un año de acompañar a mi hijo a sus clases de violín y escuchar una y otra vez las bonitas piezas del primer libro del método Suzuki y asistir a un festival del mismo, decidí que quería aprender también, que no era difícil.
Es verdad que hay muchos aspectos técnicos al tocar este instrumento, que deben ser atendidos al mismo tiempo, pero yo insistiría en que es fácil, por supuesto hay que practicar y practicar, pero sin ningún talento especial, es puede progresar, como yo lo hice.
Una de las cosas que me ayudaron al principio fue congelar la mano del arco, para dominar la posición simplemente procuraba no moverla del todo una vez que me la habían colocado bien, eso me ayudó a poner atención a otros aspectos importantes.
He ido avanzando con mucho placer hasta que llegué al Minuet I de Bach, de pronto me asusté, me parecía algo tan grande, tan complicado, Bach, al punto de que en lugar de practicarla más ni siquiera la tocaba, me daba miedo, pero cómo debo presentarla para el exámen final, ni modo, tuve que entrarle, y ahí voy. Es curioso, me pregunto si a otros estudiantes de música les pasa esto.
En fin, que no, no he recibido gran ovación de nadie por elegir aprender violín a una edad tan avanzada (creo que la mayoría se extraña), pero me gusta, simplemente me gusta, es como cada cosa de mi vida, como tejer, coser, cocinar, leer, es un gusto y me mantiene cuerda.
Lo más valioso ha sido la oportunidad que la maestra de mi hijo me ha dado acogiéndome en el ensamble de los niños, lo que me ha permitido y me ha empujado a crecer, aún cuando no puedo explicar porque quiero tocar, no tengo aspiración ninguna.
Creo que esta reflexión salió atropellada, pero en todo caso, los invito al recital, será el 2 de noviembre en la Universidad Nacional.
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