Cuando cursaba el segundo año de la carrera, Literatura Dramática y Teatro, en la UNAM, tomé un curso que nos enseñaría a hacer análisis de textos dramáticos.
En lugar de eso, ese espacio resultaba para muchos un lugar de confrontación interna.
Conforme íbamos estudiando cada obra se iba revelando una tesis más profunda que hablaba, según yo lo comprendí, sobre la postura personal ante la vida.
Se nos mostraba cómo resulta común tener actitudes retorcidas y manipuladoras para obtener cualquier objetivo a nivel relacional.
En teoría todo sería acto fallido, es decir, no existe el
me pasó, o el
me hicieron, sino más bien,
yo me puse en tal situación.
Aunque conservo algunos límites, es decir, no recrimino a las minorías que nacen en situaciones marginales, no digo que el que su camino termine mal es todo responsabilidad suya, porque comprendo que el sistema socioeconómico en el que estamos inmersos es masomenos lo mismo que las castas, donde resulta determinante la situación en la que nacemos. Especialmente para los que se encuentran en las peores esferas sociales. Pero no es a lo que pretendo referirme.
Sino más bien a las relaciones humanas, de la victimización, en la que es tan fácil caer.
Resulta sencillo culpar a los demás por nuestros problemas, sentimientos, etc. Y eso simplemente no es real. Nadie es responsable por nosotros más que nosotros mismos.
Por supuesto me refiero a relaciones entre adultos.
Pero cuando le digo a otro: y
a vez, porque tu hiciste tal y tal a mi me pasó tal y tal. Lo que hay dentro de nosotros es un macabro ser tratando de obetner algún tipo de reacción a través del sentimiento de culpa, pero la realidad es que nosotros somos responables de nosotros mismos.
Por más que me hayan tratado de convencer de venir a vivir a Costa Rica, la que tomó la desición de estar aquí soy yo, y si eso me hace infeliz la única responsable soy yo, por ejemplo. Si lo hago por la seguridad de mi hijo, sigo siendo yo, no es por él, porque yo decido hacerlo así. Y la única manera de hacerlo de una manera sana es responsabilizándome por mis acciones. Si el objetivo último de mudarme de país será tener un elemento de chantaje para toda la vida con mi hijo, pues ese será, y yo sufriré por mi gusto durante años para poder justificar un argumento que me permita torcer su voluntad a mi antojo, si se deja. Pero si lo hice verdaderamente por su bien no habrá recriminaciones posteriores, y si no me gusta puedo buscar nuevas opciones de vida.
Pero convertirse en mártires, aunque parece algo demasiado perverso para las santificadas figuras maternales, es infinitamente útil, es puro sufrimiento por gusto, pero muy útil y fructífero, la moneda de cambio de la manipulación, y muchos entrarán en el juego.
Yo recomiendo no entrarle, buscar maneras más sanas de relacionarnos, responsabilizarnos por nosotros mismos, soy yo quien dirijo mi camino, quien construye mi felicidad o miseria, no son otros los que me arruinan el día o los que deciden si estaré feliz o triste. Mis sentimientos no dependen de otra persona, dependen de mí, por eso busco relaciones placenteras, de amistad, de trabajo, familiares; y me remuevo de las que me causan tristeza. Porque la vida no es un valle de lágrimas, no hay virtud en el sufrimiento, no es lo que yo quiero enseñar o transmitir.
He dicho.
Celebro la paz y el amor en mi vida, la creación y las cosas buenas que me generan sensaciones de tranquilidad o placer, como crear, tejer, comer. Y eso es lo que quiero transmitir al ser que es mi responsabilidad pero no me pertenece.
Por supuesto eso no implica sumergirse en una esfera de cristal apartada de nuestro entorno.
Yo creo firmemente que hay que participar, que hay que ser útil para nuestra comunidad y que debemos responsabilizarnos de la situación de nuestro país, de nuestro mundo.
PARTICIPAR, es otra de las enseñanzas que espero poder transmitir.
¿Y ustedes?